10 dic 2011

BAUTIZADOS CON LA SANGRE DE JESUS

 En el Antiguo Testamento durante la décima plaga en Egipto, antes que saliera de allí el pueblo esclavo de Israel, el Señor le pasó la cuenta a faraón, por la matanza que había perpetrado en contra de los niños hebreos, siendo Moisés de pocos meses de nacido.

El Señor le dijo a Moisés: Yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová.

Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto. Éxodo 12:12-13.

Todos los que tenían en los dinteles de sus casas el sello de la Sangre del Cordero de la Pascua, escaparon de aquella terrible plaga que mató a todos los primogénitos, inclusive a los de los animales.

De la misma manera, la Sangre de Jesucristo es la marca indeleble en los dinteles de nuestras almas, es el sello que él ha puesto en las frentes de todos los que hemos sido bautizados en “Sangre y Agua” en su precioso Nombre. El ángel de la muerte eterna, ya no tiene ninguna potestad sobre nosotros.

Apoca. 9:1-6 lo asegura diciendo: El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el humo del pozo.

Y del humo salieron langostas sobre la tierra; y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra. Y se les mandó que no dañasen a la hierba de la tierra, ni a cosa verde alguna, ni a ningún árbol, sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes.


Y les fue dado, no que los matasen, sino que los atormentasen cinco meses; y su tormento era como tormento de escorpión cuando hiere al hombre. Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos.

El Libro de Zacarías 13:1 nos dice que en los postreros tiempos habría un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia.

Ese manantial fue abierto por la lanza del soldado romano, que atravesó el corazón del Cristo de la Gloria y derramó su Sangre para la propiciación de nuestros pecados.

Juan da testimonio de eso diciendo: Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Juan 19:34.

Esa SANGRE poderosa, sin igual, sin comparación, hace dos mil años en Jerusalén, en el cerro de La Calavera, donde la naturaleza humana de Dios fue crucificada, se derramó, sobre el madero de la cruz, como sacrificio único, para perdón de nuestros pecados.

Toda la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo bajó por aquel madero, (la cruz) y el agua de la lluvia lavó aquella Sangre y se la llevó a los cauces, estos se la llevaron a los ríos y estos últimos la depositaron en el mar.

Vinieron las nubes las cuales se cargaron de agua en el mar y movidas por el viento a otros lugares, dejaron caer en forma de lluvia el agua que cargaban y ésta, volvió nuevamente a los cauces, a los ríos y otra vez al mar y el ciclo se repitió constantemente por toda la tierra, hasta que todas las aguas quedaron impregnadas de la Sangre preciosa de Nuestro Gran Dios y Salvador Jesucristo.
Una vez que esa agua mezclada con la Sangre de Jesús limpió nuestros pecados por el bautismo en su Nombre, se llevó nuestros pecados para descargarlos en el fondo del mar para cumplir las palabras del Señor por medio de sus Profetas: El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará, nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. Miqueas 7:19. Y no se acordará mas de ellos. Jeremías 31:34.

En ese derramamiento de sangre y agua, se juntaron los tres testigos de nuestra salvación: Jesucristo, que es El Espíritu. II de Cor. 3:17 y la Sangre con el Agua, que brotó del costado de Nuestro Señor, corroborando lo que dice I de Juan 5:8:

Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y tres son los que dan testimonio [en la tierra (?)]: El Espíritu, (El cual es Jesús 2 Corintios 3:17), el agua (en las cuales somos sumergidos) y la sangre; (que salió del costado del Señor para perdonar nuestros pecados) y estos tres concuerdan. I Juan 5:8.

Jesucristo se lo dijo a Nicodemo: …el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Juan 3:5. La Sangre del Señor que impregnó las aguas garantizando el perdón de nuestros pecados, sellando nuestras frentes y otorgándonos la salvación, mediante el bautismo en el Nombre Poderoso de Jesús.

El Padre Celestial que es Espíritu, no tiene carne ni huesos. Luc. 24:39, por consiguiente, tampoco tiene SANGRE, pero en su manifestación en la carne, I Tim. 3:16, cuando Dios estaba dentro de Cristo reconciliando consigo al mundo, 2 Cor. 5:19; por supuesto que sí la tuvo en la persona del Señor Jesús.

Todos los que hemos recibido al Señor Jesucristo como nuestro Salvador, los que creemos en su nombre, nos ha sido dada potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no somos engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino por el A.D.N. del Padre Celestial, que emanó del costado de Nuestro Señor.

Por eso nos llamamos entre nosotros “hermanos”, porque llevamos LA SANGRE del Señor Jesús, porque él nos engendró cuando creímos y fuimos bautizados en su Nombre, haciéndonos nuevas criaturas y coherederos del reino celestial. La misma sangre que recibió Adán, sin tener genealogía.

El sello en los dinteles de nuestras almas es el A.D.N. de Nuestro Señor Jesucristo que mezclado con el Agua, limpió todos nuestros pecados. I Juan 2:2, lo dice: El es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo, porque sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Heb. 9:22.

Así que, en el agua que bebemos, con la que nos bañamos, con la que lavamos nuestra ropa, con la que regamos los campos sembrados para que produzcan frutos, semillas y alimentos, en la leche que bebemos, etc., todas ellas, por donde quiera, están impregnadas de la Sangre de Cristo.

A lo mejor estás pensando que estoy loco especulando acerca de la Sangre de Cristo, pero te aseguro que no es locura ni especulación, esto es una realidad en el mundo espiritual. Pablo dice que “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. I Cor. 2:14.

El Señor Jesucristo le dijo a Nicodemo: Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Juan 3:12. La palabra de Dios dice que el justo por fe vivirá y si retrocediera no agradará a mi alma. Hebreos 10:38.
Por fe creemos que las aguas impregnadas de la Sangre de Cristo, activan su eficacia salvífica de una manera misteriosa para el razonamiento humano, cuando invocamos su Santo Nombre en el momento que somos bautizados, para lavar nuestros pecados y de esa manera somos perdonados.

Para que nosotros fuésemos justificados delante del Padre Eterno, Cristo cargó con TODO lo malo que teníamos y nos hizo aceptos para siempre ante el Ser Supremo que habita en luz inaccesible.

Un solo sacrificio y con su Sangre pagó el precio de nuestra salvación, perdonando nuestros pecados y sentándonos en lugares celestiales.

¡A Cristo nuestro Dios y Salvador sea la Gloria, la Honra y las alabanzas a su Nombre, por los siglos de los siglos amén!

¡Gracia y Paz, sean añadidas a tu Vida!

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