Luis era un muchacho temeroso de Dios, podríamos decir que su caminar era conforme al Corazón de nuestro Señor. El había estado trabajando en la Alcaldía de su pequeño pueblo, desde que tenía catorce años; comenzando como "mandadero" o sea el que hacía los mandados. En los momentos que no salía a la calle siempre estaba reparando los muebles de la Alcaldía, las puertas y todo lo que se dañaba allí. Sin quererlo se había convertido en un magnífico carpintero, a tal grado que sus superiores lo utilizaban para reparar los muebles de sus propias casas. A pesar de que Luis no sabía leer y escribir, era un testimonio viviente de lo que es ser VERDADERAMENTE CRISTIANO, una persona altruista, dadivosa, que se dolía con los sufrimientos de sus semejantes y sobre todo, TEMEROSO DE DIOS. Así pasaron 20 años de su existencia haciendo lo mismo en su trabajo dentro de la Alcaldía, pero una vez durante las elecciones, fue elegido un nuevo Alcalde católico recalcitrante, que y sabiendo que Luis no sabía leer ni escribir, se aprovechó de esto para correrlo. Asi que mandó a llamar a Luis y le dijo: -De ahora en adelante, usted va a ser el Portero de la Alcaldía y tendrá que apuntar en un cuaderno, el nombre y apellido de todas las personas que entran a esta Alcaldía. Esto le cayó como un balde de agua fría al pobre Luis, que muy triste y adolorido le dijo: ¡Señor Alcalde….., yo no sé leer…. ni escribir! El Alcalde lo miró fijamente a los ojos y con voz firme le dijo: -Lo siento mucho mi amigo, pero en ese puesto necesitamos a alguien que sepa leer y escribir, por tal motivo, vamos a prescindir de sus servicios- Pase a la oficina del Contador, para que le liquide sus salario y todas sus prestaciones a las que tiene derecho por los más de 20 años de servicio en esta Alcaldía. Ni modo, -dijo nuestro personaje- fue a la oficina del contador y recibió todas sus prestaciones, que por cierto eran muy buenas. Y así se fue para su casa pensando lo que iba hacer con su vida. Todavía estaba joven y con energías para trabajar, el problema era que él vivía en un pueblo tan pequeñito que las oportunidades de trabajo eran muy escasas, y la mayoría de sus habitantes vivían fuera o alrededor del pueblo, pues eran granjeros, agricultores, finqueros, cafetaleros. Así estuvo maquinando por muchos días, hasta que se le ocurrió una idea que al principio no lucía muy buena. Se iba a dedicar a reparar los muebles de los ciudadanos de su pueblo. En otras palabras, iba a instalar un pequeño taller de carpintería. Pero para eso necesitaba herramientas y la ferretería más cerca estaba a dos días de camino y . Bueno! se dijo, ¡Manos a la Obra! Ensilló su mula y se fue a comprar clavos, un martillo, un serrucho, pega, cepillo y algunas cositas más. – Dos días de ida y dos de venida- Apenas acababa de regresar cuando un finquero amigo, que se había dado cuenta del motivo de su viaje, le visitó suplicándole que le prestara el martillo, pues lo necesitaba para reparar una cerca. Nuestro amigo de la historia, le dijo que lo iba a ocupar para hacer los primeros trabajitos que ya comenzaban a llegar, pero el finquero insistió tanto, que tuvo que prestarle el martillo. No habían transcurrido ni dos horas, cuando se le presentó otro de sus amigos finqueros, para que le prestara el serrucho con la misma retórica del finquero anterior. Para abreviar un poco, nuestro buen amigo accedió a prestarle el serrucho. Luego llegaron otros amigos y tuvo que prestarles a todos el resto de sus herramientas. Todos habían dicho que el favor era solamente por unas horas o máximo un día. Pasaron las horas y dos días más y las herramientas no regresaban a su dueño, como lo habían prometido. Entonces decidió ir a visitar a cada uno de sus amigos para recuperar sus herramientas. Cada uno le fue diciendo que no se las habían devuelto porque todavía las estaban ocupando y le ofrecieron comprárselas, pagándole el costo de cada una de ellas, mas una pequeña ganancia, mas el viaje de cuatro días y los gastos del viaje. Total que aceptó. Nuevamente se preparó con su mula y emprendió el viaje de cuatro días, pero esta vez se dijo: Voy a comprar tres herramientas de cada una para que no me suceda lo mismo que me pasó con las otras. Y así fue, al regresar al pueblo otros finqueros ya lo estaban esperando y tuvo que venderles todas las herramientas que llevaba, y a un buen precio. Emprendió un tercer viaje, pero esta vez se llevó a tres mulas mas de carga y se propuso comprar una docena de cada herramienta, además compró, picos y palas y alambre de cercar, etc. Cuando regresó al pueblo no le duraron ni dos días, más bien hicieron falta. Entonces realizó un cuarto viaje. Esta vez llevaba 12 mulas y dos peones para que le ayudaran. Lo que compró esta vez fue prácticamente, una pequeña ferretería. Bueno, la historia se repitió una vez y otra vez mas, que al cabo de unos años nuestro amigo era un acaudalado empresario, con 18 empleados y dueño de la ferretería más grande de varias millas a la redonda, inclusive, mas grande que la ferretería que le comenzó a suplir. El mismo hombre sencillo, no había cambiado para nada, al contrario se había vuelto más altruista, donando dinero, para escuelas, la clínica del pueblo y la construcción de un bonito parque al que la alcaldía le quería poner su nombre. Llegó el día de la inauguración y nuestro personaje fue homenajeado, por su corazón altruista, allí estuvo el Alcalde [que ya no era el mismo por supuesto], la banda municipal y todas las personas más importantes de la ciudad. Cuando el alcalde tomó la palabra para comenzar aquel homenaje llamó a nuestro héroe diciéndole: Venga para acá mi gran amigo y hónrenos con su firma en este libro para memoria de las futuras generaciones. Nuestro ferretero muy apenado le dijo al Alcalde en voz alta. ¡Yo no sé leer ni escribir Señor! –El Alcalde sorprendido por esta declaración le preguntó a la muchedumbre: ¿Oyeron ustedes lo mismo que yo? Y la gente a una sola voz contestó: ¡!!! Siiiiiiii ¡!!! ¿Ustedes saben lo que este hombre fuera si supiera leer y escribir? Esta pregunta la hizo tres veces y nadie le contestó. Nuestro amigo el ferretero, le dijo al Alcalde bien emocionado: YO SI SE SENOR ALCALDE, YO SI LO SE, ......El Alcalde le respondió: -A ver, entonces- ¡díganos! El ferretero agarró el micrófono y le dijo al Alcalde y a la muchedumbre: ¡SERIA EL PORTERO DE LA ALCALDIA!
!LA PAZ DE CRISTO!
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